Mañana - I

-¡Mira como estoy! ¿Qué demonios te pasa? -le grita una chica totalmente cubierta de sangre, desde el otro lado del pasillo.

No importa cuántas veces me diga su nombre, aún no puedo recordarlo, creo que quizás tenga algo mal en mi cerebro. Pero a estas alturas no hay nada que esté bien. Tampoco sé con exactitud hace cuanto esto se volvió así, semanas, meses; no lo sé. Cada día me parece igual al anterior y al que le precedió. Solo seguimos vivos por la ley de supervivencia, no hay ninguna otra cosa que nos motive a seguir con vida el próximo día, que el terrible miedo a desaparecer.

Todo empezó un miércoles normal como todos los demás. La alarma del celular me despertó con aquella canción que tanto me gustaba y como todo, ya la odiaba. Esa es la peor manera de matarte el gusto por algo que amas, la continuidad y la monotonía. Así como mi matrimonio, todo era azúcar y miel pero ahora cuando giro la cara y veo el mismo rostro todos los días, esa cabeza que llena la almohada de saliva y agregándole sus horribles ronquidos; no entiendo cómo funciona el cerebro, cómo algo que nos parece horriblemente molesto y luego nos acostumbramos tanto a ello, como si algún interruptor mágico se accionará y ya no escuchas más los ronquidos y te sumerges en tus propios sueños sin sentido. La miré como de costumbre le di un beso en la frente y le susurre "Te amo" olvidando también cuál es el significado de estas palabras. Me levanté para hacer el café, me metí a la ducha ella me siguió y tuvimos el clásico sexo matutino. Todo lo que siguió después no fue más que la procesión hacia el trabajo, aquel lugar que nos mata continuamente la creatividad y los sueños de la niñez pero que nos da de comer.

Recuerdo muy bien lo que siguió. Todo normal en la oficina, cada quien con sus tareas diarias, el director siempre exigiendo más de nosotros y dando menos de lo que merecemos. El café que tiene un efecto placebo de que todo estará bien, que no importa cuánto te griten, cuánto trabajo se acumule más y más en tu escritorio porque cuando el reloj marca las cuatro de la tarde ya todo lo anterior se disuelve y se ve como algo del ayer. Pero esa vez fue muy diferente a todos los días anteriores, muy diferente a todos los miércoles. El reloj marcó las dos de la tarde y justo cuando la manecilla estaba a punto de marcar las dos y una de la tarde, todo el edificio comenzó a moverse, por un momento pensé que era efecto del alto consumo de cafeína mezclado con la nicotina del cigarro del almuerzo, me di cuenta que realmente algo estaba mal cuando vi los libreros balancearse como si danzaran y los libros de contabilidad caer, uno tras otro, como si estuvieran practicando clavado hasta el piso frío de la oficina. Salí del trance momentáneo cuando alguien gritó, señalando en dirección a la ventana, para que nos asomáramos a ver. ¡Increíble! pensé, el edificio está por venirse abajo y estos lunáticos están hipnotizados por alguna cosa que sucede afuera, les grite que saliéramos pero solo unos pocos me siguieron, mientras salía observé que el cabrón del director ya había abandonado su oficina. El edificio comenzó agitarse más fuerte, pensé por un segundo que no saldríamos con vida de ese infierno pero lo que jamás imaginé es que eso no era nada comparado con lo que nos esperaba.


Cuando finalmente logramos salir del edificio otra ola aún más fuerte agitó toda la ciudad, por un momento pensé que el planeta se saldría de su órbita, las personas corrían hacia todas las direcciones buscando refugio; luego se darían cuenta que todo sería en vano. Cuando vives en una ciudad rodeada de edificios altos y rascacielos, cuando muy pocos o casi ninguno de estos cumple las reglas de seguridad en caso de un sismo, cuando no hay ni un solo maldito pedazo de espacio abierto porque el ladrillo y el cemento lo ha cubierto todo, tus probabilidades de sobrevivir son extremadamente limitadas en esta jungla de concreto, que se viene abajo en su aumento constante y continuo de entropía hasta que ya no quede nada en pie.



-M.S.

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